
Carlos Marentes
Recientemente el presidente de Venezuela aumentó el salario mínimo por segunda ocasión en lo que va del 2014. Los medios comerciales de desinformación no publicaron mucho sobre esta acción del presidente Maduro. Estos monopolios de la desinformación, acostumbrados a estar al servicio del mejor postor, solamente están interesados en difundir las acciones de las fuerzas de derecha que se oponen al gobierno de Maduro, continuador del proceso político social iniciado por Hugo Chávez.
Pero el hecho de que este año se haya aumentado dos veces el salario mínimo general muestra una política a favor de la clase obrera lo cual si es digno de reconocerse porque muy pocos gobiernos lo hacen.
Y es que mientras tanto, en Estados Unidos, como en México, los malos gobiernos continúan sosteniendo los sueldos mínimos miserables que no permiten a los trabajadores ofrecer a sus familias una vida si no holgada, cuando menos decente y que satisfaga sus necesidades humanas básicas.
Hoy en día, el salario mínimo en México es de $67.29 (pesos mexicanos) al día, lo cual es una miseria que ni siquiera alcanza para comprar la llamada «canasta alimenticia recomendable» o CAR. Para poder allegarse esa CAR que le permita a su familia vivir sin pasar hambre, el obrero necesitaría ganar cuando menos $184.96 pesos por día. O sea que se tendría que aumentar $117.67 (pesos) al salario mínimo diario. El Centro de Análisis Multidisciplinario (CAM) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) nos muestra con cifras duras esta realidad en su reciente informe titulado “México, fábrica de pobres”. (1)
Estados Unidos, por su lado, no se queda atrás. El salario mínimo de $7.25 (Dlls.) la hora no ha cambiado desde hace casi cinco años a pesar del constante aumento en el costo de los bienes de consumo necesarios para vivir. Efectivamente, con este mísero salario las familias trabajadoras norteamericanos no pueden satisfacer sus necesidades humanas más básicas y por tanto sufren privaciones y una vida de pésima calidad. Por otra parte, el presidente Obama ha propuesto que el salario mínimo federal sea aumentado a $10.10 (Dlls.) por hora, lo cual pareciera que se trata de una acción de justicia para cumplir con una de las incumplidas promesas de campaña hechas a los trabajadores norteamericanos. La cuestión es que este aumento no resolverá el problema ya que una familia compuesta de 5 integrantes, el jefe (o la jefa) del hogar debería ganar actualmente unos $20.60 (Dlls,) por hora para poder darle una vida adecuada y más digna a la familia.
Estos aumentos, urgentemente necesarios, ni siquiera se acercan porcentualmente a las enormes ganancias que se han embolsado los grandes patrones o CEOs en los últimos años y particularmente a partir del 2008 donde supuestamente entramos a una grave crisis económica, pero al mismo tiempo aumentó la concentración de riqueza en manos de los de arriba. Solamente en el 2012, los 100 más ricos ganaron 240 mil millones de dólares. Cantidad que según algunas organizaciones internacionales, como Oxfam, sería suficiente para acabar cuatro veces con la pobreza extrema en el mundo. (2)
Aumentar el salario mínimo urgentemente en México y en Estados Unidos, tampoco se acerca porcentualmente a los multimillonarios subsidios otorgados a los más ricos y a las corporaciones que ya de por si se están pudriendo con tanta riqueza. Naturalmente, es esta élite económica a la cual sirven realmente los malos gobiernos de ambos países, no al pueblo trabajador.
Actualmente, muchísima gente tiene que trabajar dos o más turnos laborales para poder sobrevivir aunque sea de una forma más bien raquítica. En Ciudad Juárez, Chihuahua, en la mayoría de los hogares todo mundo trabaja, hasta las niñas y los niños menores de edad, porque es la única salida posible para intentar escapar de la pobreza extrema. Los trabajadores agrícolas de Nuevo México tienen que pedir caridad en forma de comida gratuita y de ropa usada durante el invierno porque a pesar de tanto que trabajan y tanto que sufren en los campos donde dejan su espalda y sus rodillas, no ganan lo suficiente ni para alimentarse ellos mismos. Se trata de trabajadores pero en condiciones de indigentes.
Hoy en día todo mundo nos preocupamos de tanto problema, estamos abrumados, «estamos hasta la madre» como bien lo dijo Javier Sicilia. Pero también estamos inermes, paralizados, atolondrados, impotentes y no asumimos la resolución del problema fundamental del que se derivan la mayoría de los otros problemas; la injusticia económica. La clase trabajadora es la que crea la riqueza, no los de arriba, los de arriba solamente se apropian de ella y al hacerlo, como efectivamente ocurre, nos han condenado a una vida de pobreza, privaciones y sufrimiento.
Entonces ¿por qué no nos hemos rebelado y levantado a demandar la justicia económica? ¿Qué es lo que está estorbando para que nos decidamos a cambiar la situación actual, que es injusta y opresiva, a nuestro favor y a favor de nuestras familias?
Son muchas cosas. Una de ellas es de que no creemos que podemos cambiar las cosas por que así es y punto. Otra es de que dudamos de que si nos animamos a luchar por esa justicia económica podamos salir victoriosos. Y otras muchas razones más. Sin embargo, el obstáculo más importante, cuando menos en el caso de Estados Unidos, es la falta de organización. Somos un pueblo trabajador desorganizado por lo que no podemos utilizar nuestra fuerza colectiva transformadora para embarcarnos en un cambio profundo. Las uniones suponen ser la organización básica de las y los trabajadores. Pero el número de trabajadores en uniones solamente son 14.5 millones, es decir, solamente el 11.3 por ciento de la fuerza laboral. (3) ¿Qué poder tienen las uniones obreras para cambiar la injusticia económica con estos números?
Sin organización la clase obrera no llega a ningún lado. Así que la tarea urgente, prioritaria, de estos tiempos, es la organización de las y los trabajadores. Y ya no importa si se trata de uniones o de asociaciones o de esfuerzos organizativos nuevos. No hay que preocuparnos si rebasamos los modelos organizativos tradicionales. Pero tenemos que crear la organización obrera, la fuerza necesaria para cambiar el estado de cosas.
Efectivamente, los gobernantes y los medios masivos de desinformación nos han convencido de que es cuestión de seguir votando por los partidos políticos y los políticos profesionales hasta que cambien las cosas. Pero dígame Ud., a un representante del Congreso de los Estados Unidos que gana $174,000 dólares, aparte de todo lo que se hace al lado ¿qué le puede importar una familia pobre de cinco con un ingreso de poquito más de 27 mil dólares anuales? Dejar en manos de estos políticos la suerte del pueblo trabajador no va a cambiar nada. Lección que por cierto ya deberíamos de haber asimilado desde hace muchos años.
Hay que convencernos y convencer a todos y a todas las que podamos, de que tenemos que asumir nuestra responsabilidad de poner un fin a las condiciones de injusticia y opresión que nos agobian. Hay que convencer a todo mundo de que no es cierto que el cambio va a venir de arriba el día menos pensado. Esa es una patraña inventada por los opresores para mantenernos inmóviles y renunciar a nuestra responsabilidad de construir un mundo nuevo libre de toda opresión. Tenemos que recordar y honrar aquella frase escrita por Carlos Marx en octubre de 1864 cuando redactaba los documentos para la conformación de la Asociación Internacional de los Trabajadores: “La emancipación de la clase obrera debe ser obra de los trabajadores mismos.”
NOTAS:
(1) http://cam.economia.unam.mx/mexico-fabrica-de-pobres-cae-77-79-el-poder-adquisitivo-reporte-de-investigacion-116/
(2) http://rt.com/news/oxfam-report-global-inequality-357/
(3) http://www.bls.gov/news.release/union2.nr0.htm